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Pasión tropezada, recreada allí, cielos añiles, íntegros, ¿Revolotea el cóndor mis sueños? Y yumaque acuna tumbos perezosos, que moluscos blanquecían las arenas aliviando todo mi ocio del solsticio.
Pampas sin fin, desierto sediento, sobrecoge, yerra y hormiguea pequeñez inocua ante lo perenne. Pero el zorro sobrevive solitario, la vida oculta se derrama a torrentes, en esas arenas derrochadas.
Soledades, mas soledades, cuanto necesitamos beberte, espantarnos del infierno encementado, nutrirnos de tus caprichosas dunas, de tus aguas nilas, frías, espumas níveas colmadas de vida.
Ancestros ocultos apropiaron tus frutos, agradecidos, tejieron y modelaron tu grandeza, sacrificaron a la noche tus guiños rutilantes. Más el imbecil, no entiende tus cuitas rehusando con progreso necio los regazos mágicos de tus orillas.
Bahías, islas, puntas, ensenadas, peñas negras como tus noches, encadenan expiadas aguas en roquerios, y el chorlito descansa sus trajines del norte mientras el sol refulge oro en las arenas y arrogante flamenco despliega la bandera.
El morro emerge del mar castigando al viento, a barlovento de nuestra brasa acurrucada, y al hechizo de las tres marías apú erguido, enigma brumoso, observando misterioso, benevolente esas nuestras dichas en Paracas.
Lima, 18 de Octubre 2001
© Lobo de Mar
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